Celebrando la vida de Lucrecia Hernández Mack
Es difícil escribir en momentos como estos en que el dolor estruja el corazón, pero a la vez, el destello radiante de Lucrecia nos demanda celebrar su vida.
En una entrevista que dio hace unos meses, ella se preguntaba bromeando que qué más podría surgir de una antropóloga y un médico sino una médica social. Esa, sin embargo, es solo una de las cosas que Lucrecia era, una doctora con conciencia, con compromiso por Guatemala, con la justicia social en la salud pública como norte.
Por supuesto, con Myrna como madre, Helen como tía y una estirpe de mujeres fuertes acuerpándola, es fácil entender de dónde surge la fuerza inclaudicable, la valentía terca, la lucha comprometida que la llevaron a sumar, en un país que es por partes iguales hermoso y dolorido, como doctora, diputada, ministra de salud, y fundadora de un partido que hoy empieza a germinar esperanza.
Lucrecia sin embargo fue no solo hija, sobrina, nieta, madre, amiga y defensora por herencia , ella eligió y vivió su propio camino. Mientras su madre construyó desde la investigación y su tía desde la lucha contra la impunidad, ella desde la política partidaria se sumó a tratar de recuperar un Estado cuyo fin fueran las personas, su dignidad y sus derechos. Esa batalla, reconoció ella misma, no se emprende con la convicción de que se va a ganar, sino con la claridad de que es lo correcto. Así luchó siempre, forjó su vida entorno a esas convicciones y las vivió plenamente.
Hoy quienes tuvimos el honor de conocerla, de admirarla, de ser participes de sus aportes en lo humano, lo profesional y lo político lloramos su partida, pero también la recordamos con amor y admiración, con el renovado compromiso de seguir esa batalla, de luchar como resistencia y como esperanza, porque es lo correcto.
Hoy sabemos que no podemos apaciguar el dolor de su partida, pero confiamos en que la familia sabe que la acompañamos, como antes, como ahora, como siempre. Y al igual que lo hacemos por Myrna, seguiremos luchando por los ideales por los que Luqui vivió y no cesaremos de trabajar por una Guatemala como la que ellas y nosotras soñamos.
Un abrazo fuerte todos y todas en CEJIL, que es también casa y familia.